Esta revista acaba de cumplir 25 años, un cuarto de siglo en el que también hemos disfrutado con los hijos de un manojo de yeguas a las que, en mi opinión, tenemos mucho que agradecer, y cuyos nombres merecerían tener un rinconcito en nuestro recuerdo vivo.
Son tiempos muy difíciles para la cría del pura-sangre en España y, sin embargo, apetece hablar de ella. Como siempre. ¿Y por qué esta vez? Pues porque la cría local da sentido y sensibilidad a la competición. Las carreras son mucho más divertidas y mucho más interesantes cuando andan sobre la pista los descendientes de los caballos y de las yeguas que ya estuvieron sobre ella un tiempo atrás. Podrán decirme, con razón, que del romanticismo no se come, pero es mucho más que eso, que no es poco, por cierto. Hablamos de industria también. Las carreras sin cría son un producto defectuoso, incompleto, un espectáculo inacabado y un círculo abierto, que por otro lado es un imposible. Nunca fuimos exportadores de caballos de carreras, no vamos a engañarnos, pero sí menos importadores, con cierto afán por la selección y con una producción local capaz de nutrir nuestras demandas esenciales. Y siendo tan insignificantes dentro del concierto internacional, una vez más hemos sido capaces en este país de hacer cosas de valor, por encima de las expectativas, gracias a la audacia y al talento de personas con un conocimiento que iba y que va más allá del nivel que en el contexto internacional tenían y tienen nuestras carreras.